(Imagen de Gabriel Mestre "La Mirada Erótica")

Vives rozando el límite entre la fina tela y mi piel, que se eriza cada vez que pronuncio tu nombre. Mis dedos están preparados para darme el placer que deseo al pensarte, al recordarte entre mis piernas abiertas...
 (Extracto del relato: Nuestro primer encuentro. Con imagen de Gabriel Mestre)

Hemos hablado tantas veces de nuestro primer beso, del sabor de nuestras bocas, que el deseo atroz se respira en el aire que nos envuelve. Acercas tu boca a la mía con miedo de probarla, la alejas y la vuelves a acercar, hasta que nuestras lenguas se rozan produciendo descargas eléctricas por todo el cuerpo. Tus manos cálidas se apoyan en mi cintura y las mías buscan entrar en tu camisa, para poder besar tu cuello.
Tu piel se eriza al contacto de mi boca y gimes cuando mi lengua te recorre por detrás de la oreja. Sigues bajando tus manos, rodeando mis caderas, hasta que te aferras con fuerza a mi culo, apretándome contra ti. Noto tu polla luchando por salir de tus apretados pantalones y eso me hace gemir. Te quito el cinturón y con rapidez saco esos veinte centímetros que me aclaman, que me desean, con el único anhelo de metérmela entera en la boca, saborearla por primera vez. Me arrodillo en el suelo, entre los coches, sin dejar de mirarte a los ojos, ya sabes lo que voy a hacer.
La imagen que me espera es mejor a la de las fotos, que ya me sé de memoria. Tu polla crece majestuosa rozando ya los límites de tu ombligo, dejándome libertad de movimiento con tus huevos, que saco fuera del pantalón. Mi mano se decide a tocarlos; me encanta su tacto suave y como cuelgan de la base de tu polla que palpita con cada una de mis caricias.

— ¡Chúpalos!— murmuras, empujando mi cabeza hacia ellos.

Mi lengua los recorre desde su base, separándolos, metiéndolos uno a uno en mi boca húmeda, mientras mi mano recorre tu dureza. Gimes, haciendo que mis jugos se disparen mojando mis bragas. Sabes que me pone cachonda oírte gritar.

— ¡Diossss!..., cómetela entera— dices empujándome la cabeza hacia arriba.

Mi lengua empieza su ascenso hasta la punta babeante, recogiendo ese jugo salado que me excita aún más. Mis manos se aferran a tu culo tenso, empujándote hacia mí, metiéndomela entera hasta rozar con la punta mi garganta, provocándome la arcada. Su sabor es tal como esperaba, salado y dulce a la vez. Tus jadeos me ponen a cien. Tus manos se aferran con fuerza a mi cabeza metiendo tu polla hasta los huevos en mi boca, que succiona con delicadeza en cada una de tus embestidas. Miras hacia abajo encontrando mis ojos que te observan y que ya te suplican. Sabes que no puedo esperar más, sabes lo que necesito.
Haces que me levante del suelo, apoyando mi espalda otra vez contra tu coche. Por un momento, miro a nuestro alrededor con cierto reparo de que alguien nos vea.

— A estas alturas, no me digas que te importa— me susurras mirándome fijamente.
— Jajajaja… Fóllame Ángel…