Estar contigo en éste hotel durante toda una semana, hace que desee quedarme para siempre, pero los dos en el  fondo sabemos que eso no es posible. En la cama somos como dos fieras en libertad y nos une un cariño más que especial, nada más. Ni amor, ni romanticismo. Sexo, mucho sexo y del mejor.

— ¡Gracias por este desayuno cielo, me ha sentado de maravilla!— me dices terminando tu café con leche, desnudo y sentado sobre la cama.

Yo no puedo evitar reír al ver como tu polla descansa inerte y relajada sobre tu pierna, mientras tus huevos reposan sobre el colchón. Me encanta verte desnudo, pero sobre todo, me encanta hacer que te excites. Ver como todo tu cuerpo empieza a latir por mí. Como nuestras miradas pasan de ser dulces a transmitir puro deseo, despertando los animales que duermen en algún rincón de nosotros. Esos pensamientos encienden la chispa que ya conoces muy bien, tú sonríes sabiendo lo que está pasando dentro de mí cabeza en ese momento.

— Eva, cielo…, eres una perrita insaciable…— me dices sonriendo.

Te levantas de la cama de un salto y cogiéndome la mano me llevas al cuarto de baño. Hay que empezar el día y qué mejor manera de hacerlo, que los dos desnudos bajo un agua templadita, enjabonándonos mutuamente, riendo y jugando con la ducha. Me mantienes atrapada entre tu cuerpo y la pared. Se que te gusta esa sensación de dominación y control sobre mi persona y yo me dejo hacer. Cuando quiero soy buena sumisa.
Diriges un chorro de agua caliente directo a mis pezones que reaccionan al momento endureciéndose. Yo me rio y tú me miras con expresión seria, la señal de que quieres seguir jugando. Paseas el agua por encima de mi estómago, hacia mi ombligo, provocando que abra mis piernas, adivinando a donde vas directo. El chorro de agua sale con bastante presión, me encanta esta ducha. Tiene la suficiente fuerza como para entrar entre mis labios y llegar directamente a mi clítoris, que reacciona enviándome un espasmo que me hace inclinarme hacia delante.

— Aguanta…, voy a hacer que grites…— me dices pellizcando uno de mis pezones.

Mi cuerpo se estremece con el contacto directo del agua caliente y tus dedos buscando entrar en mí. Siento como tu mano se abre paso en mi coño, ayudada por el agua, metiendo dos, tres, hasta cuatro dedos, presionando el punto exacto. Mi cuerpo se arquea hacia atrás y mis piernas empiezan a temblar. Tu mano se acelera con movimientos ascendentes como si tu brazo fuera una maquina de percusión ideada para follar. Mi clítoris está a punto de reventar.

— Dios Ángel…, no pares— grito abriendo más las piernas.

Sientes en tu mano que estoy a punto de correrme. Apartas el chorro de agua y te agachas delante de mí sin dejar de taladrarme, ya casi con la mano entera, que entra y sale de mi coño, veloz. Mi cuerpo se tensa, mi respiración se detiene y mi boca se abre emitiendo un grito que me ahoga. De mi coño empiezan a emerger chorros de líquido caliente que salen disparados hacia tu boca abierta, bañándote y dándote de beber. Mi cuerpo se convulsiona con cada espasmo y mis piernas ya no me aguantan en pie. Te excita llevarme a ese extremo en el que me siento vulnerable para seguir jugando conmigo. Te levantas antes de que yo caiga sentada en la ducha, sujetándome con fuerza contra la pared.

— Aún no he terminado contigo Eva…

Con tus piernas, fuerzas las mías para colocarte entre ellas. Siento tu polla dura en la entrada de mi coño. Sólo el capullo roza a penas mis labios que aún chorrean y palpitan. Mi respiración es agitada por la corrida y me tiembla todo el cuerpo.

— Fóllame, por favor…— te suplico entre gemidos.

Mi petición te excita más aún y con un grito, me embistes metiendo tus veinte centímetros de golpe. Mi espalda rebota contra la pared, por el empujón, provocándome otro grito. Tus dientes muerden mi hombro y mis manos se aferran a los tuyos clavando mis uñas. Tu cuerpo se retira sacando tu polla casi por completo, coges impulso y vuelves a embestir hasta el fondo…, otro grito que me ahoga. Tu ritmo lento pero profundo me enloquece. Sabes como moverte para hacerme estallar de nuevo.

— Dios, diosss… Ángel me corro— grito abriendo más las piernas.

Los espasmos me doblegan y me ahogan, sabes que es el momento y aceleras el ritmo forzando la entrada de tu polla en cada una de mis contracciones. Creo que voy a caer, pero tus brazos no me dejan moverme. El líquido chorrea por mis piernas como si me hubiera meado. Tu polla entra y sale rítmicamente. Tus huevos se endurecen.

— Voy a llenarte el coño con mi leche…— me susurras al oído.

Tu cuerpo se tensa, tu culo se endurece empujado por mis manos que se aferran a él apretándote contra mi cuerpo. Me miras, tu respiración se detiene y con el primer chorro de leche disparado a lo más hondo de mi coño, un grito sale de tu garganta. Los espasmos te hacen temblar, con cada sacudida y las fuerzas nos fallan a los dos haciendo que caigamos sentados en la ducha.
Recuperando la respiración, nos miramos sabiendo que nos sobran las palabras. Con una simple mirada nos reconocemos a nosotros mismos y lo que hay entre los dos…
Y por eso me encantas…