Ya sé que te gusta oírme tocar el piano, que te gusta observarme medio desnuda recorriendo esas teclas de nácar blanco y negro mientras mis ojos se cierran dejándose llevar por las notas. Ya sé que te gusta colocarte detrás rozando con delicadeza tu cuerpo en mi espalda para que note como late el deseo en ti. Ya sé que te gusta acariciar mis hombros desnudos con la yema de tus dedos notando como mi piel se eriza. Ya sé que te gusta acercarte a mis pechos y pellizcar con delicadeza mis pezones que crecen entre tus dedos...

Me he follado al monitor del gimnasio, sí. Pero no pienses que es el típico tío guaperas, musculoso con una sonrisa Profident, ni quizás me veas a mí como una mujer despampanante y maciza…, nada más lejos de la realidad. Dos personas normales que se cruzan un día por los pasillos de camino al vestuario y se electrifican con la mirada, se sonríen descargando oleadas del que se sabe deseado y al mismo tiempo hambriento de juego y sexo.

Un día tras de otro las miradas se suceden, los encuentros fugaces y fortuitos entre dos cuerpos que vibran tan solo de pensar en rozarse. Él lo sabe y yo también, que es cuestión de tiempo o de oportunidad el que acabemos follando en cualquier rincón del gimnasio.

Son las 17:30 y ya llego tarde a mi sesión de uva, tengo que darme prisa si quiero encontrar poca gente en los vestuarios, me gusta recrearme bajo el agua un rato con tranquilidad.

Saco la tarjeta del monedero y los 2 € que me cuestan los 15 minutos de sesión solar pero antes de llegar a la maquina unos ojos me observan desde el fondo del pasillo. Una mirada que ya conozco muy bien y que me hace temblar cada vez que me la encuentro.

Sin decir nada Hector empieza a avanzar despacio hacia mi, quizás esperando el consentimiento que sabe va encontrar en breve. Mis dientes muerden mis labios y mi cuerpo se hace a un lado para poder abrir la puerta de la cabina.

Si decirme una palabra, roza mi mano con la suya cogiendo la moneda que aún no he puesto y con una sonrisa la introduce sin dejar de mirarme en la ranura del contador.

Mi bolsa cae al suelo junto con mi abrigo entrando en la oscuridad previa a los neones.

Su aliento cálido se posa sobre mi boca que se entreabre ansiosa por encontrar su lengua, sus labios, pero Hector sonríe y desciende hasta mi cuello apartando el pelo. Sus dientes se aferran con suavidad sobre mi piel que se eriza al contacto afilado de sus colmillos… Mi espalda roza la pared de la cabina y un gemido se escapa de mi boca aún abierta.

Mis manos buscan el borde del elástico del bañador que lleva siempre puesto, perfilando la goma con mis dedos hasta el ombligo que se contrae con el contacto de mi mano descendiendo hasta el interior.

Hector presiona con más fuerza sobre mi cuello, profiriendo mordiscos cada vez más intensos y con sus dedos roza mis pezones por encima de la ropa haciendo que se endurezcan. Mis gemidos son cada vez más delatadores, hasta que con un parpadeo las luces de neón del uva se encienden y con ellas la emisora de música que me acompaña en todas las sesiones.

Hector se incorpora y me mira fijamente, sus manos aferran mis tetas con fuerza pellizcando los pezones que sobresalen ya por encima del sujetador. Su polla empieza a palpitar dentro de mi mano que se mueve con lentitud pero con firmeza.

-Quítate la ropa…- Me susurra al oído.

Antes de que me de cuenta, él ya está desnudo dejando en el suelo la camiseta y el bañador. Su polla se encara a mi decidida a penetrarme en cuanto nuestros cuerpos se unan. Con una sonrisa me hace entrar en la cabina de uva y coloca mis manos en los asideros del techo acariciando mientras baja, mis brazos, mis tetas que se erizan otra vez al contacto cálido de sus dedos.

-No te muevas…

(El Paraíso de Eva II)
Has levantado la vista desde el suelo, como a cámara lenta, siguiendo la línea uniforme que une la punta de mi pie a mis ojos… Un leve destello rojo se ha cruzado a la altura de mis pechos provocando que tu lengua mojara tus labios… En ese instante, en ese segundo, he sabido que ya eras mío y que muy posiblemente dejaría que creyeras que yo también soy tuya. Solo por divertirme, por saciar ese animal en mi, que otra vez pretende salir de caza…

Soy ese aperitivo que me apetece probar cada vez que pienso en ti... Me recuerdo acostada en tu cama asomando la cabeza entre mis rodillas que se separan lentamente abriendo esa parte de mi que siempre está dispuesta... Y el aperitivo se ofrece con mis dedos buscando por debajo de fina tela de mis bragas que traslucen la humedad que me provoca recordar... que me apetece probarme cada vez que pienso en ti...

Desde tu mirada se ve el abismo por donde puedo dejarme caer hacia tus adentros. Tu boca forma parte de mi cuerpo como la prolongación húmeda de mis sensaciones. Mi cuello se ofrece a tus deseos con la necesidad de dejarse comer. Surcas cada centímetro de descenso hacia la mitad exacta de mi pecho, que se endurece contando los segundos que faltan hasta notar tu humedad. Tu mano se abre camino entre mis piernas que se abren a tu voluntad, recibiendo la maestría de tu dedo moviéndose con pausa delirante…

La embestida por detrás siempre me ha puesto muy cachonda. Esa sensación latente entre el cuerpo y el espacio que se va acortando cuando te acercas sigiloso. Intentando silenciar tu respiración agitada que delata las intenciones que ya te laten dentro de los pantalones. Tu aliento caliente llega a mi nuca erizándome la piel. Tu cuerpo se adapta al mío sintiendo tu dureza entre mis nalgas y tus manos se aferran con fuerza a mis tetas que se erizan con tu contacto. Abro mis piernas apoyando las manos en la mesa para soportar la presión que ejerces sobre mí. Tu boca roza mi oído…

—Voy a follarte aquí mismo…



Es extraña esa sensación que late entre mis piernas...
Esa palpitación que humedece los huecos,
que entre sedas se abren ante la inminente embestida...
Plumas que acarician los pezones que emergen,
buscando la mordedura de tus dientes...
Que aprietan, que buscan...

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(Imagen de Gabriel Mestre "La Mirada Erótica")

Desde que somos compañeros de trabajo he sabido que algún
día, que en algún momento, terminaríamos follando. Esas
cosas se notan y se saben con una simple mirada.
Hoy escribiendo el informe sobre la última obra realizada he
visto otra vez ese destello en tu mirada que no se aparta de mi
boca.
Me divierte ver que tengo ese poder sobre ti y que si me
apetece puedo follarte ahora mismo, aquí, en tu despacho.
La sensación de dominación hace que mi clítoris palpite con
ganas de ser devorado por tu boca.
Mi lengua reacciona mojando mis labios mientras hablamos y
tus ojos parpadean sin apartar tu atención de lo que sé que
estás deseando.
Ya hace tiempo que los dos esperamos en silencio la
oportunidad de poder desatar el deseo que nos quema por
dentro.

— Pablo…, no quiero seguir hablando— te digo levantándome
para ir hacia ti.
— Ni yo…— contestas dejando que me siente encima de tus
rodillas.
Nuestras miradas se encuentran antes de que las lenguas se
rocen. Abriendo las bocas con hambre de carne. Mis manos se
aferran a tu pelo y las tuyas se meten debajo de mi falda
apresando mi culo, apretándome contra tu cuerpo.
— Fóllame Pablo…, ahora.
— Quítate las bragas.
Me levanto obediente para quitarme la prenda, mientras veo
como sacas tu polla de los pantalones sin dejar de mirarme.
Es la primera vez que la veo y me parece perfecta, gorda y
larga, como a mí me gustan. La visión es tan atractiva que me
apetece probarla antes de dejar que me folles. Me arrodillo
delante del exquisito manjar y mojo mis labios con la lengua,
antes de lanzarme a por ella.

Mi boca te rodea, ofreciéndote lo más profundo de ella,
bajando hasta rozar mi campanilla. Me encanta esa sensación
de arcada con una polla follándome la boca.
— Diosss Eva…, que bien lo haces… Levanta…
Mirándome fijamente me levantas dándote unos golpecitos
en las piernas para que vuelva a sentarme encima de ti.
Con una mano coges tu polla, acercándola a mi coño que ya
está deseando que lo abras y lo hagas tuyo. Mis caderas se
colocan, mis manos se aferran al respaldo de tu sillón y
despacio empiezo a descender, metiendo cada centímetro
dentro de mí, hasta que noto tus huevos pegados a mi culo.
Nuestras bocas se vuelven a encontrar, siendo invadidas por
las lenguas que buscan profundidad.
Tus manos se aferran con fuerza a mi culo, presionándome
contra ti, haciendo que tu polla roce lo más profundo de mi
coño, que se abre lubricando cada uno de tus movimientos.
Mis gemidos y los tuyos, se entrelazan componiendo una
canción sin letra. Mis pezones luchan por salir de la tela que
los retiene, sintiendo tu mano apresando la carne, buscando
pellizcar.

Los movimientos se hacen más rápidos provocando que mi
espalda se arquee hacia atrás, buscando la postura que
provoque que me corra.
— Estoy a punto de llenarte con mi leche Eva…
Tus palabras hacen que abra más las piernas y que mi cadera
coja velocidad. Mi clítoris sobresale de mis labios hinchados
haciendo que las contracciones no tarden en llegar. Tus dedos
se clavan en mi culo, apresando la carne, tomando impulso
para llenarme. Tus huevos se contraen preparando el elixir
que empieza a brotar con chorros que hacen que te doblegues
sobre mi cuerpo que te sigue. Mis gemidos se mezclan con los
tuyos y mis contracciones hacen que mis jugos y tu leche
salgan a borbotones de mi coño, empapando tus pantalones.
— Va a ser difícil ser tu compañera de trabajo…— te digo al
oído sintiendo como tu polla empieza a relajarse aún dentro
de mí.
— No será por mí… A partir de ahora tienes mi polla a tu
servicio…
Estar contigo en éste hotel durante toda una semana, hace que desee quedarme para siempre, pero los dos en el  fondo sabemos que eso no es posible. En la cama somos como dos fieras en libertad y nos une un cariño más que especial, nada más. Ni amor, ni romanticismo. Sexo, mucho sexo y del mejor.

— ¡Gracias por este desayuno cielo, me ha sentado de maravilla!— me dices terminando tu café con leche, desnudo y sentado sobre la cama.

Yo no puedo evitar reír al ver como tu polla descansa inerte y relajada sobre tu pierna, mientras tus huevos reposan sobre el colchón. Me encanta verte desnudo, pero sobre todo, me encanta hacer que te excites. Ver como todo tu cuerpo empieza a latir por mí. Como nuestras miradas pasan de ser dulces a transmitir puro deseo, despertando los animales que duermen en algún rincón de nosotros. Esos pensamientos encienden la chispa que ya conoces muy bien, tú sonríes sabiendo lo que está pasando dentro de mí cabeza en ese momento.

— Eva, cielo…, eres una perrita insaciable…— me dices sonriendo.

Te levantas de la cama de un salto y cogiéndome la mano me llevas al cuarto de baño. Hay que empezar el día y qué mejor manera de hacerlo, que los dos desnudos bajo un agua templadita, enjabonándonos mutuamente, riendo y jugando con la ducha. Me mantienes atrapada entre tu cuerpo y la pared. Se que te gusta esa sensación de dominación y control sobre mi persona y yo me dejo hacer. Cuando quiero soy buena sumisa.
Diriges un chorro de agua caliente directo a mis pezones que reaccionan al momento endureciéndose. Yo me rio y tú me miras con expresión seria, la señal de que quieres seguir jugando. Paseas el agua por encima de mi estómago, hacia mi ombligo, provocando que abra mis piernas, adivinando a donde vas directo. El chorro de agua sale con bastante presión, me encanta esta ducha. Tiene la suficiente fuerza como para entrar entre mis labios y llegar directamente a mi clítoris, que reacciona enviándome un espasmo que me hace inclinarme hacia delante.

— Aguanta…, voy a hacer que grites…— me dices pellizcando uno de mis pezones.

Mi cuerpo se estremece con el contacto directo del agua caliente y tus dedos buscando entrar en mí. Siento como tu mano se abre paso en mi coño, ayudada por el agua, metiendo dos, tres, hasta cuatro dedos, presionando el punto exacto. Mi cuerpo se arquea hacia atrás y mis piernas empiezan a temblar. Tu mano se acelera con movimientos ascendentes como si tu brazo fuera una maquina de percusión ideada para follar. Mi clítoris está a punto de reventar.

— Dios Ángel…, no pares— grito abriendo más las piernas.

Sientes en tu mano que estoy a punto de correrme. Apartas el chorro de agua y te agachas delante de mí sin dejar de taladrarme, ya casi con la mano entera, que entra y sale de mi coño, veloz. Mi cuerpo se tensa, mi respiración se detiene y mi boca se abre emitiendo un grito que me ahoga. De mi coño empiezan a emerger chorros de líquido caliente que salen disparados hacia tu boca abierta, bañándote y dándote de beber. Mi cuerpo se convulsiona con cada espasmo y mis piernas ya no me aguantan en pie. Te excita llevarme a ese extremo en el que me siento vulnerable para seguir jugando conmigo. Te levantas antes de que yo caiga sentada en la ducha, sujetándome con fuerza contra la pared.

— Aún no he terminado contigo Eva…

Con tus piernas, fuerzas las mías para colocarte entre ellas. Siento tu polla dura en la entrada de mi coño. Sólo el capullo roza a penas mis labios que aún chorrean y palpitan. Mi respiración es agitada por la corrida y me tiembla todo el cuerpo.

— Fóllame, por favor…— te suplico entre gemidos.

Mi petición te excita más aún y con un grito, me embistes metiendo tus veinte centímetros de golpe. Mi espalda rebota contra la pared, por el empujón, provocándome otro grito. Tus dientes muerden mi hombro y mis manos se aferran a los tuyos clavando mis uñas. Tu cuerpo se retira sacando tu polla casi por completo, coges impulso y vuelves a embestir hasta el fondo…, otro grito que me ahoga. Tu ritmo lento pero profundo me enloquece. Sabes como moverte para hacerme estallar de nuevo.

— Dios, diosss… Ángel me corro— grito abriendo más las piernas.

Los espasmos me doblegan y me ahogan, sabes que es el momento y aceleras el ritmo forzando la entrada de tu polla en cada una de mis contracciones. Creo que voy a caer, pero tus brazos no me dejan moverme. El líquido chorrea por mis piernas como si me hubiera meado. Tu polla entra y sale rítmicamente. Tus huevos se endurecen.

— Voy a llenarte el coño con mi leche…— me susurras al oído.

Tu cuerpo se tensa, tu culo se endurece empujado por mis manos que se aferran a él apretándote contra mi cuerpo. Me miras, tu respiración se detiene y con el primer chorro de leche disparado a lo más hondo de mi coño, un grito sale de tu garganta. Los espasmos te hacen temblar, con cada sacudida y las fuerzas nos fallan a los dos haciendo que caigamos sentados en la ducha.
Recuperando la respiración, nos miramos sabiendo que nos sobran las palabras. Con una simple mirada nos reconocemos a nosotros mismos y lo que hay entre los dos…
Y por eso me encantas…